martes, 20 de febrero de 2018

INVESTIGACIÓN ARTÍSTICA E IDEOLOGÍA




XIII Jornadas Argentinas de Música Contemporánea e Investigación 2017 organizadas por CORAT
 
Resumen: La verdad que encierra el materialismo histórico, aún se mantiene a pesar del transcurso del tiempo, pero como ya no es una novedad, la ideología subjetivista y reaccionaria sigue ejerciendo el poder amparada bajo una total indiferencia. El idealismo histórico ignoró las causas materiales que determinan la forma del desarrollo social. Hoy, el idealismo estético repite el mismo error con respecto a la forma de nuestra experiencia sensible; y así como el idealismo subjetivo sirvió para condicionar históricamente el poder político y social, la misma ideología hace lo propio con el poder académico, en lo que a investigación artística se refiere.

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El idealismo filosófico establece una relación causal entre la conciencia y el ser; es decir, considera que primero es la conciencia y luego el ser, la materia. El origen de este pensamiento se encuentra en la creencia religiosa de que la conciencia, Dios, a través de su Palabra[2], creó el universo. Así lo expresan los primeros versículos del evangelio de Juan: “En el principio era el Verbo (y) todas las cosas por medio de él fueron hechas”.
Muchos sistemas filosóficos de Oriente fueron al mismo tiempo formas de creencias religiosas basadas en esta premisa y, dado que precedieron al desarrollo general de la filosofía, y que el interés político y social relacionado con la religión fue tan importante, lograron condicionar ideológicamente ese desarrollo, influyendo también en otros aspectos esenciales de la actividad humana.
Las corrientes filosóficas idealistas estuvieron siempre estrecha- mente vinculadas con la religión, su cosmología y su interpretación de la realidad. En la antigüedad, entre los filósofos griegos podemos mencionar, por ejemplo, a Protágoras quien consideraba que el hombre era la medida de todas las cosas, por lo que su conciencia se convertía en la productora de los contenidos objetivos. Aristipo y los cirenaicos, al afirmar que no existía la realidad externa al hombre, concluían que no se puede alcanzar mediante el conocimiento ninguna realidad aparte de la impresión; decían “experimentamos la impresión de blanco o dulce, pero no podemos afirmar que la causa de esta impresión es blanca o dulce”. La secta de los pitagóricos, lejos de conceder a los números el justo nivel de abstracción, se los confundía con la esencia de las cosas, continuando con la tendencia de las religiones de atribuirles un significado místico. Esta secta no fue solamente un movimiento intelectual, también fue religioso, moral y político. Platón, por su parte, menosprecia la experiencia como origen del conocimiento frente a la reflexión puramente conceptual; asimismo su teoría sobre las ideas, cargada de misticismo, tuvo gran influencia sobre el cristianismo y las filosofías posteriores, “habiendo contribuido, sobre todo, a que la religión fuera la organización de lo racional” (Hegel). En los tiempos modernos encontramos al obispo Berkeley, cuya filosofía se basa en que “ser es ser percibido”, es decir, la realidad existe porque alguien - el hombre o Dios - la está pensando. Hegel, a pesar de haber mostrado algunos signos de materialismo, siguió con el apoyo a la doctrina teológica, al considerar que la naturaleza, la realidad, es puesta por la “idea”; pensamiento consecuente con la “expresión racional de la doctrina teológica de que la naturaleza es creada por Dios”.
Los contenidos religiosos de la filosofía continuaron, aunque con matices diferentes, hasta llegar a formalizar sistemas especulativos muy complejos, a los que Feuerbach calificó de “teísmo racionalizado” o, para decirlo de una manera más clara, un intento desesperado por preservar la religión, y sobre todo, su esquema de poder.  
Paralelamente se desarrollaron las ideas materialistas, aquellas que sostenían que primero era la materia y luego la conciencia, y que estuvieron íntimamente relacionadas con los primeros investigadores de la naturaleza. La primera corriente materialista se encuentra en los antiguos filósofos griegos de la escuela Jónica, que consideraban a la materia como el fundamento del ser. Zenón, fundador del estoicismo, al hablar de la representación como fundamento del conocimiento dice de ella “impresa en el alma, procedente de un objeto real, concorde con ese objeto, y tal que no existiría si no viniese de un objeto real”. Consideraban los estoicos que la razón, puesto que obra, es un cuerpo; y la cosa que sufre su acción, es también un cuerpo, y se llama materia. Pensamientos materialistas un poco más desarrollados los hallamos después en Demócrito, quien expuso la idea del átomo como unidad material del universo y Epicuro, que continúa con estas ideas y otras muy similares a las de los jónicos.
En la Edad Media, Spinoza desarrolla ideas materialistas. En Francia, Descartes, al separar la física de la metafísica, considera la materia como el origen del Ser y del conocimiento. En el período previo a la Revolución Francesa surgen filósofos como Diderot, Elvecio y Holbach, en la misma línea de pensamiento, basada en la naturaleza y en el mundo exterior.
En Inglaterra, Bacon, sostiene la necesidad de reemplazar la especulación sobre la naturaleza, por la investigación científica. Hobbes, que se inspira en la doctrina de Bacon, afirma que la propiedad de los cuerpos o la materia es la de existir exterior e independientemente de la conciencia y, posteriormente, Locke deduce de lo anterior que el conocimiento no se debe a “ideas innatas” en la mente de los hombres, sino a la acción de los objetos materiales sobre los órganos de los sentidos; el conocimiento es, según Locke, producto de la experiencia sensorial.
En el siglo XIX, en Alemania, la misma causa fue defendida por Feuerbach,  influyendo en Marx y Engels quienes, a su vez, elaboraron la teoría más completa sobre el materialismo, extendiéndola a las ciencias sociales, donde el idealismo se mostraba totalmente insuficiente como método de investigación.
Este último resultado, fruto de un largo debate entre las dos principales corrientes filosóficas, es el que nos permite, hoy, abrir la posibilidad de referirnos a la investigación científica del arte y conocer, al mismo tiempo, cuáles son las connotaciones ideológicas implicadas en esta realidad.
 El idealismo, al creer que la conciencia precede al ser, deduce que las ciencias sociales deben consagrarse al estudio de la conciencia social, es decir, deben estudiar las ideas, las opiniones, los pensamientos de los hombres para poder conocer las causas que determinan las transformaciones sociales. Sin embargo, sabemos que la sociedad también está condicionada por factores materiales. A propósito de esto, nos dice Engels, “los hombres se acostumbraron a explicar sus actos por sus pensamientos, en vez de buscar esta explicación en sus necesidades”. Esta verdad tan elemental nos coloca, inevitablemente, en el punto de vista del materialismo.
La concepción idealista de la historia ha subestimado la base real sobre la cual tiene lugar el desarrollo social; ha considerado que las condiciones materiales, las fuerzas naturales, son algo meramente accesorio, algo separado de la vida real. Esto hizo que la historia se escribiera excluyendo la relación del hombre con la naturaleza, produciendo así la antítesis de naturaleza e historia.
El extraordinario progreso de las ciencias naturales a mediados del siglo XIX, y por lo que la experimentación científica implicaba con respecto a la realidad del mundo objetivo, obligó a que muchos de los sistemas filosóficos idealistas comenzaran a mostrarse independientes de la religión y más cerca de la ciencia, no obstante, la interpretación de la realidad, en el fondo, no se diferenciaba demasiado del concepto original impuesto por la religión, es decir, se mantenía el divorcio entre el pensamiento y la realidad; entre la teoría y la práctica. Aún hoy, a pesar del extraordinario progreso de la ciencia y la advertencia de la filosofía con respecto al avance del subjetivismo, la situación no ha cambiado totalmente.
Ahora bien, el hecho de que la religión condicionara la forma del pensamiento filosófico, no excluye las otras razones por las cuales el pensamiento idealista existe. La posibilidad gnoseológica del idealismo se encuentra ya en la primera abstracción elemental: el objeto y el concepto del objeto (un hombre en particular y “hombre” en general). Luego, si la abstracción y la generalización, como partes del proceso natural del conocimiento, se alejan demasiado de la imagen del mundo real, pueden entrar en contradicción con la percepción sensible. El progreso gradual de lo sensible a lo lógico, de lo concreto a lo abstracto, puede crear la ilusión que el pensamiento abstracto está divorciado de los datos sensibles, negando de esta manera el mundo material. Así es como el idealismo, al exagerar el valor de lo subjetivo, logra convertirlo en algo superior e independiente del mundo material. Igualmente, a partir de una visión históricamente condicionada, junto a los procesos naturales del conocimiento, es como se puede llegar a una concepción idealista del arte. Cuando el hombre exagera la capacidad creadora de la percepción es fácil que llegue a la conclusión que el mundo no es otra cosa que su propia representación organizada, y que aquello que no le pertenece (lo objetivo, la materia) es sólo una abstracción, una trascendente “cosa en sí” (Kant). De esta manera el mundo ideal del arte se separa y se opone al mundo sensible; por esta vía de razonamiento se puede llegar a creer que el pensamiento o el espíritu constituyen el único fundamento del arte, por encima e independiente del mundo material.
La introducción anterior, aunque muy abreviada, ha tenido la intención de señalar que el arte, como un producto social, no escapa a las consecuencias del idealismo histórico y gnoseológico. Esta es una verdad ya reconocida y sus consecuencias van mucho más allá de lo que es posible mostrar aquí. De todos modos, por ahora, no nos interesa ir más lejos, y tampoco es necesario; nos basta con saber que el idealismo antepone la conciencia a la materia, no sólo en el orden causal sino también en el orden de importancia, y que las derivaciones ideológicas de semejante actitud se relacionan, directa o indirectamente, con las diferentes formas del poder social.
 Así es como el “abismo” que existe entre el hombre y Dios, desde la perspectiva de la religión, se traslada después a los diferentes niveles de la actividad social, como estados irreconciliables. Es lo que ocurre entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, entre el arte y la ciencia, entre la sensación y el pensamiento, entre la materia y la conciencia, como si todos ellos no fueran parte de un mismo proceso. Sin embargo, quienes detentan el poder social siempre han estado interesados en conservar ese abismo, y mantener la realidad del lado subjetivo, de la teoría, de lo abstracto, para justificar el predominio de la voluntad personal o clasista y evitar, al mismo tiempo, la confirmación práctica y concreta de semejante definición. Ellos saben que todas las teorías resultan verdaderas, sin excepción, si se las mantiene aisladas del contexto del que se originan y al que se refieren (Wilden); sin embargo, la verdad social como la verdad científica no es un problema teórico sino práctico, es decir, debe demostrar que está vinculada con la realidad (Marx).
El arte no es ajeno a la situación que impone el idealismo histórico; hereda de la filosofía la actitud de ignorar las condiciones materiales que determinan la forma de nuestra experiencia sensible, permitiendo así una nueva antítesis, la de naturaleza y arte. La concepción idealista de la historia del arte solamente ve productos puros de la imaginación humana, pensamientos, ideas. No logra darse cuenta de que aquello que está viendo son las “formas de los motivos reales”; es decir, no logra captar las causas materiales que intervienen en el desarrollo de la experiencia estética.
Ya el concepto de inspiración, en su versión más espontánea e ingenua, soporta una gran carga de significación teológica: Dios creó el universo; y el hombre, hecho a su imagen y semejanza, hereda por el don de la Palabra (Logos) la capacidad creadora, cuya máxima expresión es el arte. Aún las opiniones más avanzadas con respecto a la actividad artística, no abandonan totalmente esta idea. Así como en el mundo de los fenómenos el concepto de casualidad encubre la ignorancia con respecto a ciertas leyes objetivas, en el mundo del arte los idealistas adjudican las transformaciones estéticas a las misteriosas razones de la “cultura”, tanto como el hombre primitivo encontraba en Dios la causa de su propio destino. De la misma manera se llega a creer que el trabajo artístico, por ser esencialmente individual y estar íntimamente comprometido con el “misterioso mundo de la imaginación”, no puede ser sometido al análisis científico.
El idealismo filosófico no sólo antepone la conciencia a la materia, sino que además niega que la materia pueda existir independientemente del sujeto que piensa, por lo cual considera que la objetividad del conocimiento es imposible. Para el idealismo subjetivo sólo existen las sensaciones, la única realidad posible de conocer y límite absoluto para el conocimiento humano. Ahora bien, al no reconocer la existencia de los objetos independientemente del sujeto, el idealismo filosófico confunde los objetos con las sensaciones (Lenin); y el idealismo estético repite el mismo error al considerar que las sensaciones son el único fundamento del fenómeno artístico. Es así como los investigadores del arte terminan pareciéndose bastante a los escolásticos de la Edad Media, quienes se resistían al estudio de la naturaleza y, en cambio, se consagraban al estudio de las formas del pensamiento. Por esta vía de razonamiento se termina mostrando a la ciencia del arte como una rama de la historia o de la sociología, donde el valor estético aparece como el resultado de un hecho contemplativo o de la práctica social, independiente de las condiciones materiales.
Aunque las propiedades estéticas de los objetos tienen mucho que ver con la práctica social e histórica, no se puede deducir que ellas reflejen únicamente las relaciones sociales; también reflejan la naturaleza, que es anterior a la sociedad. Por esta razón, las propiedades estéticas no pueden ser consideradas al margen de las propiedades naturales (físicas, fisiológicas, psicológicas); éstas involucran leyes objetivas e independientes del pensamiento y pueden, a su vez, condicionar la forma de nuestra experiencia sensible.
El idealismo subjetivo, en cambio, al no admitir la intervención de causas materiales en la forma de nuestra experiencia sensible, le quita al arte la posibilidad ser evaluado científicamente. De esta manera es como la investigación del arte se reduce a su historia, a una concepción idealista de la historia, donde las condiciones materiales no se tienen en cuenta. La musicología constituye, quizás, el mejor ejemplo en este sentido.
Aunque la música tiene todas las posibilidades de ser analizada científicamente, por el grado de matematización a la que puede ser sometida, incluyendo en esto a la psicología y otras ciencias más desarrolladas, la musicología se ha convertido en una rama de la historia y por la carga de subjetividad que presupone, ha llegado a convertirse, rápidamente, en la ideología dominante y, por lo mismo, excluyente.
La generalidad de la ciencia es objetiva, lo que significa que la precisión de una misma ley puede ser verificada en todos los casos particulares. Pero al ignorar los factores materiales que determinan el desarrollo social, lo general en la historia termina siendo subjetivo, es decir, su generalidad descansa en la imposibilidad de determinar las causas objetivas de su transformación. La ciencia, además, se refiere a lo que ocurre siempre, mientras que la historia, considerada independientemente de los factores materiales, se refiere a lo que no volverá a ocurrir jamás.
En cambio, si se acepta que la forma del desarrollo social también depende de las condiciones materiales, ya sea por una relación causal o por su importancia, entonces la historia puede ser estudiada científicamente, es decir, sus transformaciones pueden ser referidas a causas objetivas y no solamente a las ideas o la conciencia social. Igualmente, si se reconoce que la sensibilidad humana está materialmente condicionada - porque las sensaciones no pueden existir sin los objetos externos que las producen - entonces el arte puede comenzar a ser tratado científicamente.
Al iniciar este artículo, dijimos que el interés político y social relacionado con la religión fue tan importante que logró condicionar el desarrollo ideológico de la filosofía; y no lo hizo solamente con la interpretación de la realidad como secundaria con respecto al pensamiento, sino que, además, logró que el pensamiento, valorado por encima e independientemente de la realidad, fuera considerado el único determinante del poder político y social.
Gracias a que el pensamiento se sigue considerando como la única causa de las transformaciones sociales, independiente de las necesidades reales y concretas, las actitudes reaccionarias mantienen su vigencia[3]. De la actitud mental de querer adaptar la realidad a las ideas y no las ideas a la realidad se desprende, inexorablemente, la premisa ideológica que la convicción subjetiva es suficiente para justificar el ejercicio del poder. De la creencia en la autonomía absoluta de la conciencia, en que la experiencia personal es autosuficiente, en definitiva, en que la verdad es totalmente subjetiva, se logra, a veces sincera e inconscientemente, que el autoritarismo se instale en el arte y la ciencia de una manera totalmente legítima.
El poder económico ha sido siempre el instrumento más eficaz para ejercer el control social, y las ideas dominantes no fueron otra cosa que la expresión ideal de esa situación material dominante. Pero las ideologías, una vez establecidas, pueden bastarse a sí mismas como instrumento de poder. Así es como la ideología, sutilmente oculta en la moral, las creencias, las costumbres y aún en la formas “lógicas” de razonar[4], ha penetrado en todos los ámbitos sociales, haciéndose muy difícil individualizarla y conocer su verdadero origen. Esto afecta de una manera muy particular a las artes y las ciencias, actividades que siempre han sido instrumentos muy eficaces para ejercer el poder, aún antes de la aparición del capital.
El autoritarismo social tiene por base el subjetivismo, pero no del sujeto individual, aislado, sino del subjetivismo social en sus diferentes formas. En el ámbito académico, por ejemplo, los estudios científicos sobre el arte son sometidos, tanto voluntaria como involuntariamente, al régimen subjetivista. En el primer caso encontramos que la mayoría de los proyectos de investigación, como ocurre con la historia ideológicamente condicionada por el idealismo, subestima, consciente o inconscientemente, los factores materiales vinculados a la valoración estética. Se buscan las últimas causas de las formas artísticas en la mente de los hombres, en la inteligencia, en la imaginación o en la idea que ellos tienen de la belleza. Se intenta explicar el arte por la conciencia social, por los gustos o valores ideales de una época o una cultura determinada, ignorando los factores físicos, fisiológicos y psicológicos que preceden a la conciencia artística y que también la condicionan. Así es como los investigadores, por “libre elección”, se mantienen generalmente dentro de una perspectiva historicista o sociológica, pudiendo describir los procesos del arte pero sin explicarlos.
En el segundo caso, el mismo régimen viene impuesto por el perfil ideológico y la ética de los profesionales encargados de evaluar los proyectos de investigación. Siempre se ha creído que la Universidad es el lugar donde se encuentran las mejores condiciones para el desarrollo de la objetividad científica, sin embargo, a nivel nacional, las investigaciones artísticas deben enfrentarse, generalmente, al subjetivismo histórico y reaccionario; y lo que es peor aún, esto se presenta en un marco de legalidad tan convincente, que evade cualquier sospecha. Los proyectos teóricos relacionados con la historia o la sociológica tienen mayores posibilidades de ser aceptados, no así los que sustentan una mayor objetividad científica[5]. Por ejemplo, en la Universidad Nacional de Córdoba, y en el ámbito donde se desarrolla la actividad musical más importante[6], la musicología se ha convertido en el criterio dominante, por lo tanto todas las investigaciones son evaluadas desde esa única perspectiva, y no a través de las otras ciencias que la música implica; bajo estas condiciones los proyectos terminan siendo aprobados por simpatía ideológica y no por su objetividad. Además, por la aparente legitimidad de este proceso, cualquier apelación resulta desestimada[7].
La ideología que sustenta el poder académico, en lo que a investigación artística se refiere, mantiene el régimen del subjetivismo científico por las mismas razones que se mantiene el autoritarismo social[8]. El desdoblamiento exagerado de los dos aspectos natural- mente opuestos en el proceso del conocimiento - por un lado la teoría y por el otro la práctica - es una repetición de la actitud del poder social de mantener la superioridad del pensamiento frente a la realidad. Anteriormente dijimos que el idealismo social es responsable de que la convicción subjetiva se vea como suficiente para justificar el ejercicio del poder; en el ámbito académico vuelve a aparecer la misma actitud ideológica, cuando la convicción subjetiva de que el arte no puede ser sometido a la objetividad científica, basta para justificar la exclusión de aquellos proyectos que sí creen en esa objetividad.
Pero ésta no es una iniciativa absolutamente individual, viene implícitamente respaldada por una legalidad académica que acepta incondicionalmente el principio de la autoridad formal, por encima del principio de la razón práctica y concreta; consecuencia, a su vez, de la ideología subjetiva de la cual venimos hablando, la misma que permitió en la Edad Media anteponer el racionalismo teológico a la autoridad científica. No hay mejor ejemplo en este sentido que el Programa de Incentivos creado por el Ministerio de Educación en 1993, donde la categorización que faculta a los docentes para evaluar proyectos de investigación está basada en la carrera académica y política, y no en los antecedentes estrictamente científicos[9]; siendo por demás evidente que quienes no están dedicados a la investigación científica, tampoco pueden opinar sobre ella, menos aún sobre áreas del conocimiento que no les corresponde, como ocurre en el ámbito de la música, donde la ideología dominante decide sobre el valor científico de proyectos que son totalmente extraños a su competencia. Semejante irracionalidad no es casual; denota un orden de intereses por parte del poder académico, reflejo a su vez, de lo que el Estado piensa sobre el desarrollo de las ciencias en la Argentina.
La intención de estimular la investigación sin crear las condiciones para realizarla, es poner la ciencia en la misma situación que la libertad de pensamiento en las democracias totalitarias, donde es concebida sólo de una manera abstracta, es decir, todas las ideas son posibles, mientras no tratemos de ejercerlas.
En la Universidad se sabe, de manera fehaciente, que la docencia no siempre implica la investigación científica y que la formación de un investigador no es un hecho espontáneo, no obstante, se promueve la investigación colocando la autoridad formal por encima de la autoridad científica. Nos volvemos a encontrar con el abismo intencional que desde hace mucho tiempo existe entre el conocimiento formal, teórico y la práctica científica. Sin dudas, el futuro de esta iniciativa académica no será diferente a la de obtener una ciencia sin objetividad.
En lo que al arte se refiere, al considerarlo un producto puro de la imaginación, independiente del mundo físico, todos los intentos sinceros de formalizar una metodología de investigación artística terminan siempre fracasando porque “no existe la ciencia de lo subjetivo” (Goethe). A pesar de esto, y en el desesperado intento por lograr una ciencia del arte, se ha recurrido al método del idealismo histórico, para terminar con un simple rescate y clasificación de las obras de arte, al mejor estilo de la arqueología que solamente sirve para llenar museos.
La finalidad del conocimiento científico no es el conocimiento mismo, sino la realidad del mundo exterior. La ciencia tiene que ver con el conocimiento de las leyes que rigen el mundo objetivo y esto incluye al arte, aún cuando éste dependa, en gran parte, de la imaginación. Se sabe que el arte es una superestructura que no se ajusta estrictamente al condicionamiento histórico y social, lo cual nos está indicando la presencia de leyes cuya generalidad puede ser estudiada científicamente. El arte, por ejemplo, no puede existir sin la materia y esto ya nos obliga a suponer leyes objetivas y, por estar relacionado con las sensaciones, nos remite igualmente a las leyes que articulan la estructura de la conciencia al momento de percibirlo.
Por supuesto, el arte, como lo dijimos al principio, no es todo naturalidad; los factores sociales también inciden en su desarrollo formal. Pero la práctica social no determina las leyes del mundo objetivo; por el contrario, la práctica social, para ser efectiva, debe ajustarse a esas leyes. Esto significa que los factores sociales que condicionan el arte también suponen leyes objetivas, con lo cual se anulan, aún en este caso, las arbitrariedades de las ideologías que quieren reducir la naturaleza del arte a un puro condicionamiento social.
Como conclusión, un pequeño párrafo tomado del artículo Tolerancia Represiva de Herbert Marcuse, que dice: “En un mundo en el cual las facultades y necesidades humanas son oprimidas o pervertidas, el pensamiento autónomo conduce a un “mundo pervertido” que es contradicción y contraimagen del mundo estable de la represión. Y esta contradicción no es simplemente expresada, no es simplemente el producto de confuso pensamiento o fantasía, sino que es el desarrollo lógico de lo dado, el mundo existente. En la medida que este desarrollo es, de hecho, impedido por el peso aplastante de una sociedad represiva y la necesidad de ganarse la vida en ella, la represión invade el mismo mundo académico aún antes de que se establezca cualquier limitación en la libertad académica. La previa dominación de la mente vicia la imparcialidad y la objetividad, y salvo que el intelectual aprenda a pensar en el sentido opuesto, se sentirá inclinado a interpretar los hechos de acuerdo con el sistema de valores dominante. La actividad académica, es decir, la adquisición y comunicación del saber, excluye la purificación y el aislamiento de los hechos del contexto de la verdad completa. Una parte esencial de esta última es el reconocimiento de la espantosa medida en que la historia fue hecha y expuesta por y para los vencedores, esto es, la medida en que la historia fue la relación de la opresión. Y esta opresión está en los mismos hechos que recoge (...) Tratar las grandes cruzadas contra la humanidad con la misma imparcialidad que las luchas desesperadas por la humanidad significa neutralizar su función histórica opuesta, reconciliar a los verdugos, tergiversar la exposición de los hechos”. 


Bibliografía

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Garaudy, R; Sartre, J. P; Fischer, E. Estética y Marxismo. Planeta-Agostini. Barcelona. 1986.
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Marcuse, H. Ensayos sobre Política y Cultura. Planeta-Agostini. Barcelona. 1986.
Marx, C. La Miseria de la Filosofía. Editorial Cartago. Buenos Aires. 1983.
Marx, C. y Engels, F. La ideología Alemana. Ediciones Pueblos Unidos. Buenos Aires. 1985.
Merleau-Ponty, M. Las Aventuras de La Dialéctica. Editorial La Pléyade. Buenos Aires. 1974.
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Rue, R. La Objetividad de las Propiedades Estéticas. Artículo publicado por el Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía


[1] IV Jornadas de Encuentro Interdisciplinario. Las Ciencias Sociales y Humanas en Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades, U.N.C. 2004.
[2] Logos (λόγος): palabra, pensamiento, idea, razón.
[3] “Todas las épocas subjetivas fueron reaccionarias” Goethe.
[4] Kant pensaba, por ejemplo, que la lógica era una “verdad eterna”, una ciencia sin historia, algo establecido de una vez para siempre; sin embargo, la historia de la lógica, antes y después de Kant, ha demostrado que ella también es un producto histórico, susceptible de formas y contenidos diferentes.
[5] Investigaciones que incluyen otras ciencias más desarrolladas tales como física, matemática, psicología, teoría de la información, cibernética, etc.
[6] Departamento de Música de la Escuela de Artes, Facultad de Filosofía y Humanidades.
[7] En la dictadura militar de los años 70 se había intentado formalizar una cultura con la exclusión de algunas ciencias. En el ámbito académico aún perduran los ecos de esa misma iniciativa.
[8] Este poder no se limita a la investigación; por las motivaciones ideológicas que tiene, influye también en la distribución de las oportunidades académicas relaciona-das con la enseñanza artística.
[9] De acuerdo a las pautas de evaluación de este Programa, A. Einstein, de ser posible, tendría la categoría II, mientras que un rector universitario, sin antecedentes en la investigación, puede tener la categoría I (cita del Dr. Sanllorenti, Sec. Adj. Conadu. 2005).